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codependencia

cuando yo ataco a alguien

cuando yo ataco a alguien

Me sucede, y a veces sin darme cuenta, aunque si quiero ser sincera, a veces sí me doy cuenta pero igual me voy con todo. Pero como decía, me sucede: palabras o acciones mías han lastimado u ofendido a otra persona, y poco importa si han sido involuntarias o si, según yo, he tratado de expresarme con el mayor tino posible. En mi caso, pueden darse algunas circunstancias:

  • En un momento determinado he tenido intención de ofender y he dicho cosas que han lastimado a otra persona.
  • Mi intención no ha sido la de ofender, pero la otra persona se ha sentido herida por lo que he dicho o hecho. A veces, me ha sorprendido una reacción desproporcionada por lo violenta, por lo grosera, ante lo que yo pensaba una simple expresión de una opinión, y entonces me cuesta trabajo no ceder a la tentación de responder igual y así provocar que la espiral de violencia crezca hasta niveles impredecibles.

En ambos casos, existe malestar, tristeza, a veces relaciones dañadas de por vida. Muchas veces nos quedamos enganchados en el suceso y las reacciones. Entonces, ¿qué hacer? De mi experiencia personal, puedo mencionar algunas sugerencias:

  1. Lo primero, la prevención: si tengo duda, mejor callar; si el impulso de contestar de mal modo o de sostener una discusión es irrefrenable, abandonar el escenario peligroso. Evitar temas polémicos como la política, la religión y las alusiones familiares o personales, o el tan manido recurso del recuerdo de sucesos o agresiones pasadas. Y si decido quedarme, entonces asumir las consecuencias. Poner como norma y regla siempre hablar en tono moderado, no emplear palabrotas a no ser que sea sin estar molesta y en un ambiente de extrema confianza, y sobre todo ponerme una alerta roja en lo que a sarcasmo e ironía se refiere. Expresar en oraciones descriptivas cortas y ordenadas (sujeto y predicado) aquello que quiero decir. Olvidar los recursos literarios para facilitar una comunicación simple y transparente. Olvidarme de pretender demostrar inteligencia superior, sobre todo si la relación realmente me interesa.
  2. Si se da la ofensa y estoy consciente de ella, saber disculparme. Con frecuencia pedir perdón resulta agresivo ("yaf, perdóname", "ya te pedí perdón, ¿qué más quieres?", "¿acaso no eres capaz de perdonar?") porque además de haber ofendido le damos a la persona en cuestión el trabajo extra de hacer el esfuerzo de perdonarnos, incluso si lo solicitamos cortésmente. Entonces, ¿qué hacer? Una vez que nos hemos percatado de la ofensa, manifestar nuestro pesar por haberla cometido ¿Cómo hacerlo?. Las palabras más efectivas son "lo siento", "lo lamento", "qué pena". Evitar excusas o justificaciones: "lo siento, pero es que...". Evitar también desplazar el sentimiento de culpa hacia la persona ofendida: "lo siento, pero es que tú dijiste (o hiciste, o creo que pensaste, o tú siempre)...", pues no estamos juzgando al ofendido, sino tendiendo un puente para la reconciliación y sobre todo resposabilizándonos por aquello que pudo haber molestado al otro. Nunca forcemos a la otra persona a tomar la responsabilidad de rehacer la reacción. Si está demasiado dolida, es preciso que manifestemos nuestro pesar por haberla ofendido, ofrezcamos disculpas (no pidamos -o exijamos - perdón) y luego le demos su tiempo para recuperarse del suceso. Controlemos la ansiedad por acelerar una reconciliación, que puede provocar situaciones de agresividad innecesaria. No presionemos.
  3. Si la reacción de la otra persona es desproporcionada, abandonemos el escenario, o si es por escrito, suspendamos la comunicación por un tiempo. Dejemos lo que se llama un ’período de enfriamiento’. Al cabo de unos días tal vez hayan bajado las aguas y podamos disculparnos con menos riesgo, pero no insistamos si continúa la agresividad.
  4. Es posible que nuestras disculpas sean mal recibidas o rechazadas. Esta circunstancia puede resultar extremadamente dolorosa, sin embargo, pensemos que, más allá de haber ofendido a alguien, ya hemos hecho nuestra parte por recuperar la relación y soltemos las riendas de la situación. Asumamos las consecuencias de nuestro descuido, mal carácter o impulsividad. Pongámonos un límite para intentar de nuevo: si en dos disculpas más vuelvo a recibir otro maltrato, sencillamente dejo de intentar y se lo entrego a algo más grande que yo.
  5. Pensemos que todos cometemos errores, no como excusa para seguir cometiéndolos, sino como una constatación de que somos seres humanos y no tenemos por qué ser perfectos. No dejemos que se dañe nuestra autoestima. 
  6. Recordemos que todos nos ofendemos más cuando las cosas que nos dicen o nos hacen resuenan en nuestro interior, o sea, cuando nos identificamos con el contenido de la ofensa. Esto no quiere decir que podamos seguir ofendiendo indiscriminadamente a todas las personas con el pretexto de que si se ofenden será su problema, pero si en algún momento enfrentamos rencores de por vida, reacciones desproporcionadas o groseras, o rechazo agresivo a la intención de disculparnos, tomemos en cuenta que eso ya no depende de nosotros. Es la otra persona quien debe hacerse cargo de su herida. 
  7. Estemos conscientes de la proporción de nuestra equivocación. No exijamos imposibles.
  8. Si la disculpa es bien recibida, puede ser que la persona, de todas formas, mantenga una actitud distante por un tiempo. No forcemos nada. Tanto si se pone distante como si no, a veces es conveniente añadir a la disculpa verbal una reparación: una nota, una tarjeta, un pequeño presente, una invitación a tomar un café... pueden resarcir las heridas y mejorar la relación. No sobreactuemos ni nos pongamos zalameros. Que todo lo que hagamos nazca de nuestro corazón.
  9. Puede darse el caso de que la otra persona reciba nuestras disculpas pero cada vez que recuerde el suceso nos lo haga saber. Si nos hiere, hablemos francamente de ello. De todas formas, un sincero y tranquilo "eso ya pasó", o "creí que ya lo habíamos superado" y pasar rápidamente a otro tema puede ayudarnos.
  10. No le concedamos alas a nuestro sentimiento de culpa. Todos somos humanos y el derecho a la equivocación es un derecho humano (o debería ser reconocido como tal). Sin embargo, recordemos que no podemos andar por ahí repitiendo los mismos errores a cada rato. La utilidad de las equivocaciones es precisamente que nos dan alertas para que evitemos repetirlas. Pongamos más atención en el futuro.

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