soy la madre de un niño malo
Hace unos días alguien llamó a mi puerta. Era el padre de uno de los amigos menores de mi hijo, un niño que hace poco comenzó a consumir drogas. Vino con él y me dijo, tajante y ’enérgico’, que no aprobaba la amistad de nuestros hijos, que por favor no recibiera a su niño en mi casa y que él tampoco iba a recibir a mi hijo en la suya. Que si veía a nuestros hijos juntos iba a tomar (así lo dijo) ’medidas más drásticas’.
Supongo que ese eufemismo tal vez se refiere a mandar a mi hijo a la cárcel o meternos a todos en algún lío legal.
Lo peor (o lo mejor) de todo, es que yo comprendo a ese padre, porque ese camino ya lo anduve hace algún tiempo. Yo también hice llorar de miedo a otra madre mencionándole la expresión ’medidas drásticas’. Yo también prohibí amistades y pensé que el problema de mi niño adicto eran las malas compañías que lo habían conducido por la oscura senda de la perdición.
Porque yo era ’inocente’.
Le eché la culpa al padre ausente.
A la vida.
Al mundo actual...
Toma tiempo comprender, y sobre todo aceptar que la calentura rara vez está en las sábanas. Y que, claro, cambiar las sábanas puede ayudar a refrescar a una persona con fiebre. Pero tal vez sea mejor un antipirético, o directo un antibiótico.
Al señor indignado le di la razón, claro. Cómo iba a pelear con un corazón lanceado por el más espantoso dolor: saber, haber comprobado, mirar que el hijo de una es un adicto. Que se hace daño consumiendo venenos de toda clase.
Cómo decirle, en ese momento de su proceso, que una adicción no es solamente el proceso de corrupción de un niño por parte de agentes externos. Cómo hacerle entender que las semillas de la adicción están en el interior de la familia: en la falta o exceso de referente paterno, en el hermano que fue adicto primero, en el dolor del corazón de los niños que no saben cómo más acallarlo que con la furia de las sustancias.
Eso lo tuve que aprender yo sola, andando el camino que este pobre hombre indignado con el mundo al punto de no poder encontrar respuestas en su propio corazón ha iniciado ahora.
Soy la madre de un niño malo. Sí. Un niño malo que con su ’maldad’ nos obligó a revisar todo nuestro esquema familiar y a replantear nuestra vida de un modo diferente y mejor aunque aparentemente hayamos perdido alguna de las batallas.
No sé si mi hijo recaído sin exageración tenga que ver algo en el proceso del suyo. Lo que si sé, es que si no hubiera sido mi hijo, de seguro habría sido el niño malo de otra madre. O el mismo hermano mayor que comenzó con la marihuana apenas unos cuantos años atrás.
El hombre se fue satisfecho, pensando que me amedrentó.
Pero yo en realidad he vuelto los ojos hacia el interior de mi corazón, y lo único que siento es lástima y solidaridad. Sé por dónde está transitando, y lo único que pido para él es que el Poder Superior se haga presente e ilumine su camino de codependiente como hace cada día con el mío.
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