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codependencia

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vive y deja vivir (II)

vive y deja vivir (II)

Vivimos en un mundo de escándalos a la orden del día, y nuestros ojos se enfocan siempre hacia fuera. El útlimo escándalo en mi país se ha producido por temas de homofobia: la negación de la inscripción a una niña hija de una madre lesbiana que hace pareja con otra mujer, como hija de las dos; la aparición en la prensa de artículos y opiniones abiertamente homofóbicas; los comentarios de un sacerdote ídem en revistas y periódicos.

No va a ser este un artículo de defensa de ni de ataque a determinadas orientaciones sexuales. Sin embargo, sirve este tema para volver sobre el lema que nos ocupa: "Vive y deja vivir". Porque es frecuente que, como seres humanos, tengamos muy clara la película de lo que deben hacer las otras personas y no tengamos la menor idea de cómo tenemos que vivir cada uno y cada una de nosotras.

Sabido es, por ejemplo, que los clérigos y sacerdotes son expertos en dictaminar cómo se tiene que comportar la humanidad. De hecho, el Papa, por ejemplo, sea quien sea, siempre está opinando, entre otros temas, con fe y alegría, sobre cuál debe ser la conducta sexual de toda la humanidad, o de toda la humanidad que se dice católica, menos de él... pues se supone que él no tiene conducta sexual. Él sabe exactamente cuándo, cómo, con quién y por dónde cada individuo de la especie humana debe obtener su cuota cotidiana de placer. Pero se calla cuando estallan en sus propias narices los escándalos de sus pastores que se han dedicado, con igual fe y alegría, a violentar la inocencia de las ovejas del mismo rebaño.

Dos periodistas, por otro lado, están afectadísimos porque gays y lesbianas han ’salido del clóset’ y según ellos (los periodistas) mismo afirman, ’andan cogidos de la mano’ por todas partes. La pregunta es: ¿por qué se alteran tanto? ¿cuál es su problema con eso? Hablan de mal ejemplo para los niños y una se pregunta de  nuevo: ¿no es igual o peor mal ejemplo un padre héterosexual que aporrea a su mujer delante de sus hijos? ¿no es igual o peor mal ejemplo la misma mujer, héterosexual ella, que permite que su esposo la aporree delante de sus hijas? Yo, la verdad, ni me he percatado de que haya gente del mismo sexo caminando a granel agarrados y agarradas de la mano por las calles del mundo. No tengo tiempo para eso. Bastante tengo con mirar hacia mi interior, observar mis cualidades y defectos y tratar de mejorar lo que soy y lo que hago como para andar fijándome en quién se toma de la mano con quién y ponerme a sufrir por eso. La orientación sexual de mis hijos y de todos los niños de este mundo ya está dada. Y ante eso, poco es lo que pueda hacer, por más que me emberrinche.

Tenemos la creencia de que nuestra sesuda opinión expresada en una columna de periódico o una rimbombante carta al editor podrá cambiar el mundo. Estos escritos jamás hablan de quienes las escriben: critican al gobierno, acaban con la honra ajena, dicen lo que deberían hacer los que mandan, los que no mandan, los que legislan, los que... Pero solamente prefiguran una verdad: si la gente se exigiera a sí misma la décima parte de lo que exige a los demás, este planeta sería un paraíso nunca visto en la historia del Universo entero. Echar la culpa es una de las más grandes aficiones del género humano. Y decir, en la cara o a espaldas del implicado, cómo tendría que haber hecho las cosas, ¡ni se diga!

Y ni qué decir del ámbito privado. Vivimos metiendo las narices en donde no nos llaman cada dos por cuatro: pónte esta ropa, no lo hagas así sino así, esa cartera no te combina con ese conjunto, mejor contrata a este obrero que cobra más barato, te lo digo por tu bien, yo en tu lugar... Y si nos ponemos a observar el fondo de nuestras vidas, advertiremos que no nos va mejor ni peor que aquellos a quienes con tanto entusiasmo aconsejamos con la mejor intención de la Tierra.

"Vive y deja vivir". Sabias palabras que no encierran indiferencia, sino respeto: saber delimitar el espacio de nuestra influencia sobre los demás. Entender que no por ser quienes somos tenemos por qué darle a nadie instrucciones para vivir. Y comprender, finalmente, que si vivimos como pensamos que se debe vivir, nuestro ejemplo de integridad y de consecuencia se convertirá en un foco de atracción que nuestras sabias, sesudas y profundísimas palabras admonitorias jamás llegarán a ser.

vive y deja vivir

vive y deja vivir

El otro día, haciendo cola en una de las cajas del supermercado observé una acción que se me figuró muy loable: la cajera, al observar a un señor canoso y de la tercera edad que estaba en un lugar lejano de otra cola, lo llamó para atenderlo. El señor, contento, se acercó. Todo parecía estar bien, pero en ese momento, de otra de las cajas, surgió una voz indignada:

-¡Eh, señor... usted!

Era un hombre de mediana edad, que sin tener arte ni parte en el asunto procedió a recriminar al señor anciano:

-Señor, ¿por qué no le cede el lugar que le dio la señorita a esta señora que está con un niño? ¿Por qué no la dejó pasar antes a ella?

La gente común y corriente de la calle que estábamos ahí nos quedamos un poco boquiabiertos. ¿De qué se quejaba el hombre? En efecto, detrás del señor mayor, en la cola anterior, estaba una madre joven con uno o dos niños pequeños que correteaban por el lugar. Tranquila, ella, un poco ajena a su repentino y nadie-te-ha-llamado San Jorge.

El señor mayor, desconcertado, se excusó tímidamente:

-La señorita me llamó a mí...

Y el hombre de mediana edad, resoplando indignación por todos sus poros, reclamó:

-Claro, le llamó a usted, pero usted DEBERÍA haberse dado cuenta de que...

El hombre se extendió en una reprimenda que hasta a la madre de los niños pequeños le parecía absurda. Estaba indignado. Odiaba la vida. Quería cambiar el mundo cambiando la preferencia de las personas de la tercera edad por la preferencia de las madres con niños pequeños. Sabía todo lo que debíamos hacer todos, y aparte de reprochar al señor anciano reprochaba a la cajera que no se había dado cuenta de que... y así.

Tímidamente, sugerí:

-Tranquilo, señor: viva y deje vivir.

Y claro, por metiche (bien hecho) me llevé mi parte:

-¡Claro! ¡"Viva y deje vivir"! ¡Por eso este país está como está!

Me callé. Decidí aplicarme mi propia moraleja: vivir y dejar vivir mientras el hombre seguía sermoneando su indignación al asombrado grupo de clientes que jamás comprendieron muy bien lo que le estaba sucediendo.

va de nuevo

Hace tres semanas mi hijo tuvo que volver a la clínica de rehabilitación.

En realidad, lo veíamos venir y solamente esperábamos que se diera una circunstancia propicia.

Sin embargo, más allá de las anécdotas de este hecho, que no detallaré aquí, voy a exponer mis temores y lo que ronda en torno a este suceso:

  • Lo primero: el temor. Una recaída, según muchos, marca una alarma acerca de lo que se ha hecho mal en el primer proceso. Sin embargo, el temor va más allá: ¿seguiremos haciendo cosas mal a lo largo del tiempo? ¿Cuántas veces más recaerá? Viene la noticia terrible de alguien, ex compañero de centro, que se suicidó dándose un disparo. Y el inevitable temor: ¿...? Es preferible no tentar a través del miedo. Y sin embargo, el miedo no deja de estar ahí.
  • La culpa. Lo hicimos otra vez mal. Fui permisiva. No fui lo suficientemente firme. Me equivoqué en todo. Debí estar más alerta, no confiarme de... Gente con más experiencia dice que no, que tranquilos, que la decisión, en últimas, le corresponde a él. Sin embargo...
  • La ira. Rabia contra él, por haber recaído. Rabia contra el mundo, por ser como es. Rabia contra la misma droga, por estar en todas partes, como un macabro dios al revés. Pero sobre todo rabia contra mí misma, por no haber sido capaz de impedirlo.

Hoy por hoy, se han impuesto los sentimientos negativos. Y tal vez expresarlos sea un primer paso para poder superarlos. Es parte del proceso, me digo, en medio de la culpa, la rabia y el miedo. Pero veo que lo que más temo es abrirle la puerta a la esperanza... y que vuelva a fallar.

soy la madre de un niño malo

soy la madre de un niño malo

 

Hace unos días alguien llamó a mi puerta. Era el padre de uno de los amigos menores de mi hijo, un niño que hace poco comenzó a consumir drogas. Vino con él y me dijo, tajante y ’enérgico’, que no aprobaba la amistad de nuestros hijos, que por favor no recibiera a su niño en mi casa y que él tampoco iba a recibir a mi hijo en la suya. Que si veía a nuestros hijos juntos iba a tomar (así lo dijo) ’medidas más drásticas’.

Supongo que ese eufemismo tal vez se refiere a mandar a mi hijo a la cárcel o meternos a todos en algún lío legal.

Lo peor (o lo mejor) de todo, es que yo comprendo a ese padre, porque ese camino ya lo anduve hace algún tiempo. Yo también hice llorar de miedo a otra madre mencionándole la expresión ’medidas drásticas’. Yo también prohibí amistades y pensé que el problema de mi niño adicto eran las malas compañías que lo habían conducido por la oscura senda de la perdición. 

Porque yo era ’inocente’. 

Le eché la culpa al padre ausente. 

A la vida. 

Al mundo actual... 

Toma tiempo comprender, y sobre todo aceptar que la calentura rara vez está en las sábanas. Y que, claro, cambiar las sábanas puede ayudar a refrescar a una persona con fiebre. Pero tal vez sea mejor un antipirético, o directo un antibiótico. 

Al señor indignado le di la razón, claro. Cómo iba a pelear con un corazón lanceado por el más espantoso dolor: saber, haber comprobado, mirar que el hijo de una es un adicto. Que se hace daño consumiendo venenos de toda clase. 

Cómo decirle, en ese momento de su proceso, que una adicción no es solamente el proceso de corrupción de un niño por parte de agentes externos. Cómo hacerle entender que las semillas de la adicción están en el interior de la familia: en la falta o exceso de referente paterno, en el hermano que fue adicto primero, en el dolor del corazón de los niños que no saben cómo más acallarlo que con la furia de las sustancias. 

Eso lo tuve que aprender yo sola, andando el camino que este pobre hombre indignado con el mundo al punto de no poder encontrar respuestas en su propio corazón ha iniciado ahora. 

Soy la madre de un niño malo. Sí. Un niño malo que con su ’maldad’ nos obligó a revisar todo nuestro esquema familiar y a replantear nuestra vida de un modo diferente y mejor aunque aparentemente hayamos perdido alguna de las batallas. 

No sé si mi hijo recaído sin exageración tenga que ver algo en el proceso del suyo. Lo que si sé, es que si no hubiera sido mi hijo, de seguro habría sido el niño malo de otra madre. O el mismo hermano mayor que comenzó con la marihuana apenas unos cuantos años atrás. 

El hombre se fue satisfecho, pensando que me amedrentó.

Pero yo en realidad he vuelto los ojos hacia el interior de mi corazón, y lo único que siento es lástima y solidaridad. Sé por dónde está transitando, y lo único que pido para él es que el Poder Superior se haga presente e ilumine su camino de codependiente como hace cada día con el mío. 

lo más difícil

lo más difícil

Lo más difícil es saber adónde va, qué hace, y no poder controlarlo. Y aceptar, según el primer paso de los doce, que no se puede controlar. Lo más difícil es pensar que el asunto no está en nuestras manos, que las prohibiciones no sirven en un joven de esa edad, que ya nada.

Lo más difícil es dejar de preguntarse qué hizo o qué no hizo una, o qué hizo mal para que esta situación  viniera, se desatara, se instalara, se pausara, regresara. Por qué a mí. Y en el fondo pensar en lo que dirían de nuevo todos si es que se enteraran. Mantener el secreto porque no se quiere volver a vivir la vergonzante situación de tener que explicar, comentar, decir cosas.

Pensamos en el hijastro del prominente banquero, en esa persona que ahora es recontraconocida en el ambiente underground de la ciudad, cuya madre sigue con su vida, con su labor de beneficencia y de apoyo a su marido mientras este trozo de sus entrañas anda por ahí enredado en líos de narcotráfico menor, de consumo imparable y tanta cosa por el estilo. 

Lo más difícil es mirarlo sonreír, hablar con él, !amarlo tanto!... sin pensar con terror en el futuro, en lo que tal vez  pase. 

Lo más difícil es convencerse de que el Poder Superior sí quiere finalmente nuestro bien. Y confiar.

Eso es lo más difícil...

vivir con la preocupación

vivir con la preocupación

 

Viernes.

Mi hijo decide salir con sus amigos a un concierto. Bueno, el concierto es en la noche, pero él sale desde temprano en la tarde. 

Yo sé para qué.

Decido seguir uno de los lemas del programa de recuperación: soltar las riendas. 

No es fácil. 

Soltar las riendas y entregárselas al Poder Superior. 

Pensar que ahí arriba alguien se está encargando de él, de mí, de nosotros. 

Y sin embargo, hay miedo y también frustración.

No puedo impedir que él haga lo que quiera hacer.

Tampoco puedo vivir con miedo y angustia.

Suelta las riendas, me dice el programa. Suéltalas.

Pon las cosas en manos del Poder Superior.

Pienso que debo dejar de escribir esto e irme a estudiar mis cosas, a dibujar mis arcanos de anime que han estado tanto tiempo abandonados. Debo seguir mi vida, y confiar en que todo lo que pasa estará en manos de alguien más sabio y poderoso que yo.

A ver si lo consigo.

codependencia

codependencia

Hace tres semanas, tal vez un mes, me enteré de que mi hijo recayó en sus consumos. Era algo que ya se veía venir, de alguna forma. Bueno en realidad se veía venir porque ya había venido. Tres meses, según él. Lo tuvo bien ’tapiñado’.

Por un instante me asaltó el miedo, el pánico de todo lo que vivimos en tiempos pasados. Por otro lado, la decepción y la vergüenza de no haber mantenido un proceso exitoso, como aparentemente muchos otros lo hacen. Sin embargo, él mismo ha asegurado con frecuencia:

-De cien recuperados, solo uno se mantiene parado.

Hubo un tiempo en el que decía: "Y yo voy a ser ese  uno".

Luego dejó de decirlo. Y advierto que cuando amenzaba con recaer en realidad ya estaba recaído.

Y sin embargo (muchos me lo dijeron) no es lo mismo que antes.Ni para él, ni para mí. Es muy diferente a la vez anterior, al menos de momento. Aunque hay nuevas angustias: no sé si me engaña, no sé si hace ’buena letra’ para que yo no lo moleste o si sinceramente le interesa mantener un perfil de vida tranquilo, sin perturbar ni hacer daño... ni hacerse daño.

Por otro lado, también me lleva a revisarme a mí. A ver en mi interior. A preguntarme qué pasó, qué  no pasó. En qué fallé. En qué fallamos.